Prólogo

 

Como todos los años

 

Eran las 12 de la noche y estaba comiendo galletas de avena cuando escuché el sonido de los fuegos artificiales, así que decidí volver a mi habitación para poder observar mejor el espectáculo.

 

Entre las casas los fuegos artificiales se elevan. Desde mi ventana se escucha junto con el bombardeo el murmullo de la gente yendo y viniendo.

Cada retumbe me producía una emoción incómoda, y como todos los años en esta misma fecha, el observar el espectáculo me hacía sentir nostálgico y perturbado.

 

Contemplé detenidamente más allá de las casas y edificios las mechas coloridas de fuego. Se esparcían al tiempo en que se escuchaban los fuertes retumbes y mi corazón sonaba cada vez más fuerte como si volviese a ser joven. Las luces que se proyectan en el cielo de noche sin embargo, se desvanecían al rato y dejaban un vacío inexplicable en mis sentimientos.

 

Pensé en las infinidades de cosas que dejé inconclusas, en las millones de cosas que he perdido y en las personas que jamás volveré a ver. Todo esto me llevó al final de un recuerdo muy extraño. Sentí el cálido sol en mi rostro, el canto de los pájaros  y el olor de la hierba de verano. Era el último año de mi juventud, yo estaba acostado en un banco bajo un árbol con un libro abierto a la mitad sobre mi vientre y en la lejanía se escuchaba la voz de alguien. De pronto me sentí triste.

 

Aquel año, aquel verano, con mis pensamientos hundidos entre los exámenes y demás tal vez había olvidado algo importante y por más que vuelva a aquella ciudad y a ese mismo lugar no podré volver a recuperarlo.

 

Y es que los sitios que podamos recorrer ahora ya no pertenecen al mundo del imperfecto pasado y jamás serán como el futuro. Son tan solo para ahora y recordarlos significa simplemente imaginarlos. Así también cada recuerdo se irá distorsionando y los extendidos pasillos, la vista del atardecer desde de la ventana y las largas tardes en la plaza se van convirtiendo en ilusiones incompletas al igual que los años.